15 - 5 sesgos cognitivos más que debemos conocer
Los sesgos cognitivos nos impiden ver las cosas como son en realidad y, por tanto, resultan un obstáculo para tomar decisiones correctas. Como ya vimos en su día, la primera vez que hablamos de sesgos cognitivos, conocerlos para reconocerlos cuando están presentes en una situación es nuestra mejor arma contra ellos.
Por eso, hoy vamos a ver 5 sesgos cognitivos más que nos vamos a encontrar a menudo.
1. El sesgo de atribución fundamental
Este sesgo es una tendencia que tenemos todos a la hora de juzgar el comportamiento o la situación de los demás. En esos casos, atribuimos una enorme importancia a las características fundamentales y minimizamos la influencia del contexto o el azar.
Por ejemplo, si vemos a alguien pidiendo en una esquina, con un cartón de vino al lado, tenemos la tendencia a pensar que está ahí porque es un vago y un drogadicto (características fundamentales) más de lo que solemos atribuir a circunstancias contextuales (como que puede ser consecuencia de una desgracia, como el abandono de un ser querido que le metió en esa espiral, o que perdió su trabajo por pura mala suerte o injusticia, cuando era bueno en lo suyo).
En algunos, esta tendencia es más acusada y en otros lo es menos, pero siempre existe esa inclinación.
Curiosamente, cuando nos juzgamos nosotros o nuestra situación, hacemos justo lo contrario. Achacamos más papel al contexto y a lo externo que a características fundamentales negativas. Ese es el llamado sesgo de autoservicio, la otra cara de la moneda del sesgo de atribución fundamental.
Por ejemplo, si el otro día hicimos un mal trabajo, la culpa fue del jefe que no lo explicó bien, de cómo se organiza la empresa o de que durante la mitad del día no tuvimos Internet (factores contextuales), y no porque seamos unos incompetentes (rasgo fundamental de carácter)
Si alguien es del partido político contrario es claramente porque es un idiota, cuando un funcionario no nos atiende es porque es un vago y cuando alguien nos responde de manera cortante es porque es un maleducado.
En realidad, puede que alguien tenga motivos para ser de otra ideología, ese funcionario no coge el teléfono porque está saturado de trabajo y quien nos responde de manera cortante puede haber recibido una mala noticia hace una hora.
La solución para el sesgo de atribución fundamental es la empatía.
No está de moda, pero es lo más poderoso que hay. Recordar que cuando nosotros hemos sido como están siendo con nosotros, suele ser por lo que nos pasa y no por lo que somos.
Personalmente, uno de los mejores antídotos para mí es releer de vez en cuando Esto es agua, el breve y genial ensayo de David Foster Wallace.
2. El sesgo de retrospectiva
Es la tendencia a ver eventos, incluso los aleatorios, como más predecibles de lo que son, cuando ya han ocurrido.
Es decir, la tendencia a creer que «ya lo sabíamos» cuando miramos hacia atrás.
Un experimento clásico de la psicología comprobó que un 58% de estudiantes pensaba que el juez Clarence Thomas sería nominado para el Tribunal Supremo y, cuando se confirmó esa nominación, y se preguntó de nuevo a dichos estudiantes, un 78% afirmó haberlo pensado de antemano.
Todos lo hacemos, todos sabíamos que la pandemia provocaría esto o aquello, que nuestro equipo iba a perder este domingo, que hubiéramos acertado la quiniela si la hubiéramos hecho.
Pero no es así.
Este sesgo se produce por una mezcla de razones:
- Distorsionamos el recuerdo de predicciones previas.
- Hay una tendencia a ver ciertos eventos como inevitables.
- Hay una tendencia a creer que podíamos haber predicho de antemano ciertos eventos (pero en realidad, no).
- Tendemos a asignar patrones y causalidad incluso cuando no la hay.
3. El sesgo de falso consenso
Otro que podemos ver muy a menudo en el día a día. Tenemos la tendencia a sobreestimar cuánta gente comparte nuestras creencias, comportamientos, actitudes o valores.
Esto suele causar burbujas y «cámaras de eco» porque tendemos a juntarnos con aquellos que son similares a nosotros y, como eso es lo que vemos más a menudo, creemos que el mundo en general es así.
Luego te llevas la sorpresa porque tu partido político no gana, aunque no conoces a nadie o casi nadie a tu alrededor que haya votado a «esos inútiles». Crees que tu pequeño mundo es el mundo, pero no.
Un ejemplo son las redes sociales, que crean esa burbuja. Con tantos miles de likes o retweets, sin duda esta noticia o esta iniciativa debe estar en boca de todos. Pero sales de las redes y te das cuenta de la poca influencia en el mundo real y el tremendo efecto de falso consenso.
El antídoto es complicado, pero debemos acostumbrarnos al hecho de que nosotros y nuestros conocidos no solemos ser una muestra representativa del todo. Lo contrario es la receta para equivocarnos mucho.
4. El efecto halo
Este sesgo consiste en extender ciertas características que tiene algo (positivas o negativas) a facetas que no tienen que ver con ese algo.
El ejemplo más habitual de halo es el efecto que el atractivo físico tiene en otras características que no tienen que ver con la belleza, como pueden ser la inteligencia o la capacidad.
Creemos que los guapos son más listos, eficientes y carismáticos, lo sean o no.
El halo de la belleza se extiende a lo demás y, de hecho, hay una «brecha salarial de la belleza» que nunca se suele nombrar y por la cual, independientemente de género o raza, los guapos y altos cobran más y acaparan más puestos de poder (halo positivo).
Del mismo modo, los reos menos agraciados reciben condenas más duras (halo negativo).
No solo tiene que ver con la belleza. Si en una fiesta estamos hablando con los invitados de moda, los que no nos conozcan tenderán a juzgarnos más positivamente gracias a que esos invitados nos extienden su halo.
Pero el halo no tiene por qué corresponder con la realidad. Así que cuidado con trampas como las de la belleza.
5. El sesgo de negatividad
Es la tendencia natural a detectar mucho más fácilmente lo negativo de una situación que lo positivo. Este sesgo, como prácticamente todos, tiene un sentido evolutivo. Aquellos que detectaban antes las amenazas, sobrevivían más y se reproducían, pasando la característica a sus descendientes.
Eso era ventajoso porque si el arbusto se mueve y yo salgo corriendo enseguida, si es un león no me come, y si es un inofensivo conejo o el viento, pues también sigo vivo de todos modos.
Lo malo es que hoy día no hay tantos leones y hay quien afirma que nuestra tendencia a la ansiedad actual, a sentir amenazas cuando no las hay, viene porque somos descendientes de esos paranoicos, que también fueron los que mejor sobrevivieron en una época más dura con más leones que esta.
Este sesgo se suele utilizar para manipularnos.
Las noticias que se leen son las negativas, por eso el mundo parece tan terrible, porque son con las que nos bombardean para captar nuestra atención gracias a este sesgo.
Del mismo modo, nos hace la vida imposible y, la verdad, nos vuelve un poco gilipollas.
Puedo ser alguien de éxito, con una familia sana y un buen trabajo, pero mi sesgo de negatividad hace que me fije siempre en lo que no va bien, por pequeño que sea. Así que me convierto en la clase de persona que se queja de que le han puesto el café demasiado caliente o que el WiFi del avión «sólo» va a 20 megas de velocidad. Paso por alto lo afortunado que soy o, como diría Louis C.K.: «Todo es más maravilloso que nunca y nadie está feliz», porque voy en un aparato de metal que vuela a pesar de sus 200 toneladas y encima tengo Internet.
Esa es una maravilla inconcebible a cuya creación no he aportado nada, pero de la que me quejo, en vez de darme cuenta de que es casi un milagro y vivo en un momento maravilloso, donde existen cosas así en lugar de depredadores tras la esquina.
Escuchar, leer, ver
Escuchado
Hay canciones que no pueden despegarse de un lugar, un momento o una persona. Hay canciones que son el atardecer y una carretera que no se acaba.
The National - About Today.
Leído
Hace más de quince años leí The war of Art, del escritor Steven Pressfield. Lo leí muchas veces, lo compré en audiolibro y lo volví a escuchar muchas veces. Quince años ya. Era muy joven, aquel libro llegó en el momento adecuado para el chaval que aún era (y que lo ignoraba todo), a veces pasa si tienes ese poco de suerte que hace falta.
Sus dos primeras partes son imprescindibles, la última puede ignorarse con tranquilidad y no sé si la edición en español que hay ahora es buena. La única traducción que leí hace mucho tiempo, y tenía una amiga que ya no está, era realmente horrible y destrozaba el libro, una pena.
El profesional ha aprendido que el éxito, como la felicidad, es un subproducto derivado del trabajo. El profesional se concentra en ese trabajo y permite a las recompensas llegar o no llegar, según les plazca.
Visto
El Árbol de las brujas es un haya holandesa que se presentó este 2020 para el premio del Árbol del Año en Europa. No sabía que existía tal premio, pero me parece genial. Espectacular fotografía de Rob Visser.
Por cierto, quedó en cuarto puesto y es una pena. Si alguien tiene curiosidad por el ganador, fue este.
Hasta la semana que viene.